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miércoles, 16 de noviembre de 2011

de "Un tarambana casadero"




Como pasa el tiempo.

Seguían pasando los años y de ello no solo el calendario daba cuenta, también lo registraba el espejo, mostrándome más arrugas en mi cara, más canas en mi cabeza y aunque mi saco y mi pantalón no hablaban, parecían almanaques por tantas cruces que exhibían, casi sin orgullo, los numerosos zurcidos.
En ese estado yo parecía la reencarnación de un viejo combatiente de la guerra civil española.
Mama, como siempre, preocupada por mi indeseable celibato, no dejaba de recomendarme las mil y una fórmulas que hicieran el milagro de encontrar una mujer disponible y dispuesta a casarse conmigo.
Mama sostenía qué, si las mujeres eran el 52 % de la población del país; que si en la provincia de San Luis había 11 mujeres para cada hombre, 7 en la provincia de Buenos Aires y 3 en Capital y que de ese 52 % , el 17 % están solas, tenía yo todas las estadísticas a mi favor.
Con ese contundente argumento, Mama me alentaba a seguir la búsqueda. Decía que los números indicaban las enormes posibilidades de encontrar esa mujer dispuesta a merecerme. Que yo sólo debía pensar en como interesar a las mujeres.
Fue entonces cuando se me ocurrió ir a la plaza con el caballete y los pinceles, convencido de que mi arte atraería a muchas mujeres.
Me senté en uno de los banco y comencé a pintar.
En un banco de enfrente se hallaba sentada una interesante muchacha de unos 50 años escasos, que me observaba con cierto desgano.
Yo no encontraba la forma de llamar su atención: silbé una canción, canté otra... Pero no había caso. Entonces me decidí y acercándome le pregunté si esperaba a alguien:- ¡¡¡Si!!!- me respondió con fastidio,…-Al amor espero-.
-¡Vaya! ¿Será qué esta es la mujer que el destino pone en mi camino?-, dije para mis adentros. Sin vacilar le propuse pintarle un retrato. Me contesto: -¡Buena idea!-. Se sentó en mi banco, apoyo su mentón en la palma de su mano izquierda y clavo su mirada en mí con una leve sonrisa que dibujaban sus carnosos labios.
Yo continúe haciéndole preguntas: me dijo que se llamaba Lilita, que vivía en otro barrio, que era viuda… pero ansiosa por volver a casarse. Lo dijo con mucho énfasis y un sugestivo suspiro, poniéndose la mano derecha en el pecho, por lo que deduje que era una clara insinuación hacia mi persona. Emocionado le dije:- ¡Su deseo será cumplido!-
Ella lanzo un grito de alegría y se abalanzó sobre mí. Pero no se detuvo, siguió de largo….Detrás de mí había un hombre con el que se abrazó. Luego se besaron apasionadamente… e ignorándome por completo, así se alejaron.

A lo lejos se oía un tango:
…”me abandonó y no sabia, de que la estaba queriendo…”


José Curia

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